Lunes por la tarde, 25 de febrero de 1957.
Hola, hola. Ya iba siendo hora de que me sentara y apuntase algunas cosas sobre Cambridge, la gente, lo que pienso. […] En Wellesley solía sentarme en las escaleras de la entrada y, mientras lamentaba mi inactividad, mascullaba para mis adentros: «Ah, si pudiera viajar, conocer a personas interesantes, ¡qué cosas escribiría! Los dejaría a todos pasmados».
Ahora he vivido en Cambridge, Londres, Yorkshire, París, Niza, Múnich, Venecia, Roma, Madrid, Alicante, Benidorm. Me zumban los oídos. ¿Dónde estoy? Una novela. Empezar. Los poemas son monumentos a algunos instantes: me propongo hacer estallar las costuras de mi elaborado terceto encadenado. […]
Estaba empezando a preocuparme la posibilidad de convertirme alegremente en una mujer práctica y aburrida: en vez de leer a Locke, por ejemplo, o de escribir… me pongo a hacer una tarta de manzana, o a estudiar The Joy of Cooking [El placer de cocinar], y a leerlo como si fuera una novela interesantísima. «¡Basta! -termino diciéndome-. Te refugiarás en la vida doméstica y te anularás lanzándote de cabeza en el cuenco de la masa de las galletas con mantequilla.» Y solo ahora he cogido el bendito diario de Virginia Woolf que, junto con varias novelas suyas, compré el sábado con Ted. Ella superó su depresión y las cartas de rechazo de Harper’s (¡ni más ni menos!… ¡Y yo apenas puedo creer que también a los Grandes los rechazaran!) limpiando la cocina y luego cocinando merluza y salchichas. Bendita sea. Siento que mi vida está unida a la suya de algún modo. Me encanta Woolf […]. Pero en el verano negro de 1953 yo sentí que estaba replicando su suicidio. Solo que yo sería incapaz de meterme en un río y ahogarme. Supongo que siempre seré excesivamente vulnerable y algo paranoica. Pero también soy condenadamente sana y resistente. Y tengo la sangre dulce como una tarta de manzana. Solo que tengo que escribir y esta semana ya me siento angustiada porque no he escrito nada últimamente. La Novela se ha convertido en una idea tan grande que me da pánico. Sin embargo, sé y siento que he vivido muchas cosas, y que precisamente por eso he acumulado tanta experiencia para mi edad; he dejado atrás la moral convencional y me he forjado mi propia moral, que consiste en el compromiso en cuerpo y alma con la fe en ser capaz de construirme una vida que merezca la pena. No obstante, no tengo otro dios que el sol.