[Finales de los cuarenta y años cincuenta]
Cuando Marion Shaw me dijo ayer que Irwin escribe diecisiete páginas al día sentí inquietud y me abstendré de escribir esta mañana lo que escribo desde hace quince años en este cuaderno sobre escribir novelas. Tal vez termine mañana el cuento sobre Sutton Place.
Escribir bien, con pasión, con menos inhibiciones, ser más cálido, más autocrítico, reconocer el poder de la lujuria tanto como su fuerza, escribir, amar.
4 de mayo, ha nacido mi hijo Benjamin. Mi espléndida, tolerante, generosa esposa. Atrapados los dos en la marea de las circunstancias.
En el hospital, las luces florecen en el suelo de linóleo. Las luces delicadas de un remoto parque de diversiones; la ciudad; la autopista. La sensación de que el corazón y el reloj están casi detenidos. La cháchara de Mary sobre el inconsciente universal, las fantasías del gas y el éter, la boca reseca, las coronas meteorológicas y las cordilleras de fuego. La turbulenta grandeza humana en respuesta a la caridad y el dolor. Santidad. Los olvidados barrios apartados: hospitales, cementerios, muelles. El día que naciste rompí un frasco de aftershave en el suelo del cuarto de baño. La noche anterior había llevado a tu madre a oír a Maggie Teyte.
John Cheever. Diarios. Barcelona: Penguin Random House, 2018. pp. 53-54