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I. El viaje hacia la capital
- LA PARTIDA: ¡NOS DIRIGIMOS A HEIANKYO!
¡Por gracia, permitidme que pueda ir a la capital a leer El Relato de Genji!
¡Cuán rústica e inculta habría podido ser, criada en una remota comarca, allende el más distante extremo del camino de Azuma!
No obstante, al llegar a conocer que en el mundo existían cosas tales como los relatos, ansié leerlos. Como de día no tenía nada que hacer o de noche, en la sobremesa, mi hermana mayor o mi madrastra me contaban uno u otro cuento, logré escuchar varios episodios del Esplendente Genji. Mi anhelo por relato así se acrecentó; empero, ¿cómo habría de conseguir recitarlos de memoria? Mi inquietud se acentuó y logré hacer una imagen del Buda Yakushi casi tan grande como yo misma. Cuando me hallaba sola, lavaba mis manos y sigilosamente iba ante su altar y le rogaba con todas mis fuerzas, inclinando la cabeza hasta el suelo: «¡Por gracia, permitidme que pueda ir a la capital! Allí he de encontrar muchos más relatos. ¡Consentid que pueda leerlos todos!».
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Así, cumplidos los trece años, aconteció el traslado a la capital. En el tercer día de la novena luna, evitando ir por mal rumbo, nos dispusimos a encaminarnos inicialmente a un sitio llamado Imatachi.
Contemplé mi pieza, donde pasara muchos años y meses, mientras todos armaban bullicio, desmontando toscamente sus finos visillos de bambú y mamparas de visillo, quedando enteramente al descubierto. Al atardecer, la penumbra del brumoso ocaso cubrió la vieja casa donde de niña yo jugara, la que se hallaba trastornada y colmada de objetos listos para nuestra partida. Cuando estaba a punto de subir el carruaje, dirigí la mirada hacia mi casa, y con tristeza me percaté de cuán solitario quedaba aquel buda al que secretamente frecuentara implorar cuando me hallaba sola. Mucho me entristeció partir dejándolo atrás, y calladamente derramé lágrimas».
*El diario de Sarashina. Lima: Asociación Peruano Japonesa, 2019. pp. 10-11