Diario 1967
Lunes 11 de septiembre
Algunas elecciones se presentan nítidas, recién rechacé el trabajo que me propuso Esteban Peicovich en La Razón, treinta y ocho mil pesos por mes a cambio de un horario de nueve a diecisiete. Le dije que no a pesar de mis incertidumbres económicas, un sueldo de doce mil por mes. Prefiero debérmelo todo a mí mismo. He abandonado tantas cosas por la literatura que seguir en ese plan es ya una especie de destino. La elección inicial definió todas las demás y, como sucede siempre, esa elección fue impensada y sorpresiva. “¿Y, entonces, qué pensás estudiar?”, me preguntó la hermana de E., con la que en ese tiempo estudiaba francés. “Bueno, voy a ser escritor”, le dije, tenía dieciséis años y tantas posibilidades de ser escritor como de ser aviador o mercenario. Vivir la literatura como un destino no garantiza la calidad de los textos pero asegura la convicción necesaria para elegir en cada momento. Uno vive una vida de escritor porque ya lo ha decidido, pero luego los textos deben estar a la altura de esa decisión.

Todo esto suena sentimental, pero es el resultado de verme siempre sin otra seguridad que la que yo mismo me invento. Supongo que tendré alguna vez tiempo para rehacer estos cuadernos, recuperar el ritmo de estos años que se me filtra entre las manos. En definitiva, si no hay nada más que los diarios, podrán ser vistos como el proyecto de alguien que primero decide ser escritor y luego empieza a escribir, antes que nada, una serie de cuadernos en los que registra su fidelidad a esa posición imaginaria. En algún momento trataré de darle forma y dejar un hilo suelto, visible y fuerte, tirando del cual se desovilla la madeja de mi vida. Quizá por eso los escribo, a veces me molestan pero sigo adelante, como si se tratara de un pacto que encontrará su sentido al final (¿de qué?). En la literatura se ve más claro que en ningún lado lo que voy a llamar aquí sin pensar demasiado «mi carácter»: parezco el más racional y el más consciente, pero jamás sabré por qué elegí dedicar mi vida a la literatura y tampoco sé qué fuerzas o qué aires hacen posible que cada tanto pueda producir alguna páginas válidas.
* Ricardo Piglia. Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación. Barcelona: Editorial Anagrama, 2015. p. 323