1985
30 de diciembre, Florencia
Un cuaderno adornado con la flor de lis de Florencia, viaje de fin de año, libros de Del Giudice, Kawabata y -al fin- Sterne. La decisión de hacer un diario, tal vez para darme cuenta de la infame medida de mis pensamientos, de mis horas en blanco, mis tontas ambiciones.
Sufro desvelos de madrugada. Irene espera el primer hijo: ideas yuxtapuestas y tal vez casuales. La mente azotada por pensamientos vertiginosos y dispersos. Voy a tener un hijo, vamos a tener un hijo. Siempre, hasta ahora, he sido hijo; ahora voy a ser padre y la vida se invierte.
Anoche vimos una película de François Truffaut: L’Amour en fuite, con cierto aire parecido a la de El hombre que amaba a las mujeres. Aquí es también autobiográfico en lo que escribe el personaje escritor. Una amiga le dice: «Deberías inventar, darle más espacio a la fantasía». Él está de acuerdo con ella y entonces le cuenta el principio de su último libro. Una historia fantásticas. Que luego se ve que es la suya, sin final aún porque la está viviendo en ese momento. Y todo dentro de una película inventada. Eso es lo fantástico: que lo real parezca inventado. Uno, de todas formas, vive metido en su propia fantasía, en la interpretación ilusoria de su vida y de la vida de los demás.
Mi mujer sale del baño y se sienta en el sofá, al lado. Hemos comprado juntos el cuaderno y sabe para qué es. Me pregunta: «Ah, ¿ya empezaste?». Está mirando las fotos de su infancia que guarda su abuela, la nonna Tecla. Yo hago un diario actual; ella empieza un recuento. Siempre hemos sido así: ella vive en el pasado, yo en el presente. Y eso que será el futuro está en su cuerpo. Se le empieza a notar. Por las noches me duermo poniendo mi mano ahí, en mi hijo. Y las tetas le han crecido. No quiere hacer el amor en estos días aunque la ginecóloga ya puso en verde el semáforo que estaba en amarillo. Los que miran al pasado son nostálgicos; los que miran al futuro son optimistas; ¿qué seremos los que solo vivimos en el presente, sin memoria y sin planes, atónitos en el día de hoy?
De pronto me siento un poco como el de la película de anoche, que traiciona a la mujer con su mejor amiga. Pero mi mujer no tiene amigas, en Italia no, por lo menos, y yo no podría traicionarla con su mejor amiga. Vimos también una obra de teatro: Vidas privadas o algo así. El primer acto era idéntico al de cualquier comedia brillante; los otros dos eran mejores. A lo que iba: un personaje femenino era muy femenino. Y yo, que al parecer ahora tiendo a las identificaciones, veía ahí a mi mujer. Oigo que ella me dice, sobre lo que escribo, lo mismo de la película: «Deberías inventar, darle más espacio a la fantasía». No me lo ha dicho hoy, me lo ha dicho otras veces.
Le respondo en silencio, en este diario: mi fantasía es la vida. La vida pura y dura. Mi fantasía es que vivo dos vidas: esta que estoy viviendo, la caliente, y otra que me voy imaginando, que no es pasado ni futuro, sino un presente distinto. La vida que escribo. Vivo en dos planos: el presente, la realidad, todo esto, y un presente que podría ser distinto. No esta vida que vivo, sino otra que imagino.
*Héctor Abad Faciolince. Lo que fue presente (Diarios 1985-2006). Madrid: Alfaguara, 2020. pp. 15-16