[Invierno 1931-1932]
Cada habitación está pintada de un color diferente. Como si hubiera una habitación para cada estado de ánimo: rojo laca para la vehemencia, turquesa pálido para el ensueño, color de melocotón para la ternura, verde para el reposo, gris para trabajar ante la máquina de escribir.
La vida corriente no me interesa. Sólo busco los momentos fuertes. Estoy de acuerdo con los surrealistas, busco lo maravilloso.
Quiero ser una escritora que recuerde a los demás que esos momentos existen; quiero demostrar que hay espacios infinitos, dimensiones infinitas.
Pero no siempre me encuentro en lo que yo llamo estado de gracia. Tengo días de iluminaciones y enfebrecimiento. Días en que la música de mi mente se interrumpe. Entonces remiendo calcetines, podo árboles, recojo fruta, saco brillo a los muebles. Pero mientras estoy haciendo esas cosas siento que no vivo.
No pienso envenenarme como Madame Bovary. No estoy segura de que ser escritora me vaya a ayudar a huir de Louveciennes. He terminado mi libro “D.H. Lawrence: un estudio no profesional”. Lo escribí en dieciséis días. Tuve que ir a París a entregárselo a Edward Titus para su publicación. No se imprimirá ni estará en las librerías mañana mismo, que es lo que el escritor desearía que ocurriese cuando el libro está aún caliente, recién sacado del horno, cuando todavía está vivo dentro de uno mismo.
* Anaïs Nin. Diario I (1931-1934). Barcelona: Plaza & Janés, 1987. p. 17-18